La bici. Ese transporte tan práctico pero que la ciudad te obliga a NO usarla.
Niñez:

Lo que sí, siempre que me subía a una bici, me imaginaba que iba a caballo. Un caballo dócil y que podía hacer lo que quisiera. Lo admito, este sentimiento lo tuve por toda mi adolescencia y hace poco, cuando me subí de nuevo, el sentimiento volvió. Fue hermoso.
Pero me desvié. Después de que se la llevaron a la playa, me regalaron otra, también usada pero sin rueditas de apoyo y esta vez, era una mountain bike. Era verde, hermosa, de fierro, super pesada y no tenía cambios así que me pasaba la vida sacando musculitos en las piernas.
Con ésta, aprendí a andar sin rueditas, hará a los once años recién. Pero desde ahí, ya empecé a irme en bicicleta al colegio.
Adolescencia:

Una vez me preguntaron si quería participar en un concurso de dibujo. Acepté, concursé y no se como, gané (salí en Chilevisión según me contaron después porque el concurso resultó ser ministerial y no se que chucha). El premio? Una bici de titanio ligera HERMOSA (si, así con mayúsculas) que de hecho, me ayudaron a llevar en una van municipal (háganse esa) porque no me dejaron irme en bici a mi casa desde el lugar del premio.
Me duró como tres meses antes de que me la robaran en el supermercado por dejarla encargada y guardada en la farmacia que había ahí. Fue super triste y volví a mi bici verde achatada.
Caidas:

Cuando íbamos en bajada a una buena velocidad, que de hecho, era una bajada de estacionamiento, por lo que era bastante en picada, el gorro se empezó a volar y mi mente pensó mal las cosas. Traté de agarrar el gorro y bajar la velocidad frenando la rueda trasera. El problema es que frené la delantera. La bici verde dio vuelta en 360° y yo, cuan malabarista, me quedé agarrada en la bici y por ende, el manubrio cayó en mi diafragma. Quedé en blanco. No, no vi mi vida pasar, no supe nada por el minuto más largo de mi vida cuando empecé a escuchar a la gente de los locales del estacionamiento ir hacia mi corriendo gritando. No se que pasó, pero en una de esas, empecé a respirar y a llorar. Me raspé una rodilla y el gorro seguía puesto en mi cabeza.
Lo idiota es que me recuperé como en cinco minutos, agarré la bici, seguí andando y me puse a pensar en la retada de mi vida cuando llegara magullada a mi casa. Pero no supieron que me caí así ni nada hasta que pasaron muchos años.
También dije que casi me atropellan dos veces. Mentí, fueron tres. Una, mi punto ciego me jugó una mala pasada y una micro amarilla pasó a dos centímetros de mi rueda delantera tocando la bocina. La segunda fue parecida, pero ahí me fallaron los frenos. Calculé mal y seguí un poco de largo y justo a una vieja se le ocurrió doblar. Más bocinazos, siendo que era la vieja la que tenía que parar porque yo tenía verde. En fin. La tercera y última fue cuando iba cruzando con un montón de peatones y una vieja hablando por celular, siguió de largo la luz roja de ella y me topó las piernas despacito. Se asustó la vieja, salió gritando porque pensó que me había pasado algo, porque yo me había bajado de la bici para correrme. Yo me subí de nuevo y salí disparada al colegio.
Actualidad:

Nos leemos luego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario